Está la tarde amarilla...
Disipada la tormenta,
ignoro por qué el agua
no cayó cuando debía
y por qué partió el viento
con la prontitud que vino.
Por qué el fuego de la tarde sigue
ignorando
la prisa de las horas
por
llegar a un recreo
o a la
pausa necesaria
ante la
noche incipiente.
No sé
por qué gozo de lluvias
que
empapan las sombras,
o de
ímpetus de vientos,
o de
soles tenaces.
Porque
he visto llorar noches
sus
lágrimas frías y esconderlas
pudorosamente.
Y
también he visto llorar soles
convulsivamente
en
tensas jornadas.
Quizás
sea más fácil entender
por qué
brotan lágrimas
que
desconocen sus fuentes
o
ignoran sus destinos.
O tal
vez mejor, dejar
que
sucedan los hechos
sin
indagar motivos.
Publicado en mi libro "De sentires y sentires". 2008
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