Conocí un sol que miraba ciego
y escaldaba al rozar la piel.
Se sentaba luego al borde
y
se extinguía...
para llenarse de destierro.
Y volvía a nacer
cotidianamente, en rutinaria
obstinación atávica.
Y un viento de invencibles brazos
que siempre moría de anemia final.
Se ignoraba el lugar de su cuna,
o cuándo vendría para volver a morir.
Mas siempre regresaba, cumpliendo
esos antojos secretos de su entorno
e ignorados por él y por el sol.
Astros, céfiros. Vientos, soles.
Formas imposibles al sentido humano.
Incomprensibles como el hombre mismo,
en su incesante rodar en desbarranco
y en elevarse repetidamente
en vuelos, salvadores vuelos,al cenit.
al cenit.
Publicado en mi libro "De sentires y sentires". 2008
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